jueves, 1 de febrero de 2018

NUEVAS PROFESIONES

¿Quien sabe si profesiones así no existirán en un futuro? 

TRONCOS

Cuando el asfalto llegó a la naturaleza nos hicimos necesarios. Empezamos cerca de aquí, con los árboles adyacentes a los límites del parque que fueron los primeros en sufrir el síndrome del estrés asfáltico, así lo definimos. Trabajábamos con las raíces profundas, las que más necesitaban nuestros cuidados, la falta de espacio y oxígeno las había retorcido; con mimo y mucha pericia íbamos deshaciendo sus nudos. Agua, calor y tacto eran nuestras técnicas, sin dejar de mencionar el equipo especial para trabajar en esas circunstancias.
 Hendricks proponía una manipulación genética y tratamientos hormonales para encoger nuestros cuerpos en un plazo relativamente rápido, pero no nos convenció. Acudimos a los clásicos, libros como El increíble hombre menguante, o de Alicia en el país de las maravillas, nos dieron la clave. Trabajamos meses en la solución adecuada. El grado de acidez de las hojas de abedul resultó ser la justa para la conversión por vía oral o aérea.
Ahora éramos más eficientes. Tuvimos que formar a muchos que como nosotros estaban dispuestos a variar su tamaño en pro de unos árboles libres. ¡Tan necesarios para regenerar el poco oxígeno con el que ya disponíamos!
Algunos plátanos de paseo se quejaron del trato que recibían, querían más mantenimiento, no dábamos abasto. Los arces reclamaban más espacio, las melias del Planetario querían llegar a la luna y pedían más abono para alcanzarla. Los sauces de la Casa de Campo, más llorones que nunca, requerían atención para sus raíces, el agua tratada del lago las estaba pudriendo.
Evolucionamos: nos convertimos en cirujanos de raíces. Con sumo cuidado hacíamos un molde de la raíz dañada y luego la trabajamos en el taller, las nuevas impresoras 3D nos permitían una reproducción exacta. Para evitar el rechazo en el árbol receptor buscábamos de la misma especie  con raíces sanas y les hacíamos un pequeño corte del que obteníamos el serrín necesario para que la impresora trabajara.
Nos trataron de locos, de insensatos, a pesar de conseguir preservar un buen número de árboles y de arbustos en esta ciudad. Tantos nos involucramos que muchos desarrollamos raíces propias, una nueva forma de injerto se había producido de tanto estar en contacto con ese medio. Algunos de nosotros nos quedamos plantamos durante meses, con el mismo síndrome del paciente. Se tardaron años en que nuestra profesión fuese reconocida.



© Historias de Eva, S.L.
Maira Gall