¿Quien sabe si profesiones así no existirán en un futuro?
TRONCOS
Cuando
el asfalto llegó a la naturaleza nos hicimos necesarios. Empezamos cerca de
aquí, con los árboles adyacentes a los límites del parque que fueron los
primeros en sufrir el síndrome del estrés asfáltico, así lo definimos. Trabajábamos
con las raíces profundas, las que más necesitaban nuestros cuidados, la falta
de espacio y oxígeno las había retorcido; con mimo y mucha pericia íbamos
deshaciendo sus nudos. Agua, calor y tacto eran nuestras técnicas, sin dejar de
mencionar el equipo especial para trabajar en esas circunstancias.
Hendricks proponía una manipulación genética y
tratamientos hormonales para encoger nuestros cuerpos en un plazo relativamente
rápido, pero no nos convenció. Acudimos a los clásicos, libros como El
increíble hombre menguante, o de Alicia en el país de las maravillas, nos
dieron la clave. Trabajamos meses en la solución adecuada. El grado de acidez
de las hojas de abedul resultó ser la justa para la conversión por vía oral o
aérea.
Ahora
éramos más eficientes. Tuvimos que formar a muchos que como nosotros estaban
dispuestos a variar su tamaño en pro de unos árboles libres. ¡Tan necesarios
para regenerar el poco oxígeno con el que ya disponíamos!
Algunos
plátanos de paseo se quejaron del trato que recibían, querían más mantenimiento,
no dábamos abasto. Los arces reclamaban más espacio, las melias del Planetario
querían llegar a la luna y pedían más abono para alcanzarla. Los sauces de la
Casa de Campo, más llorones que nunca, requerían atención para sus raíces, el
agua tratada del lago las estaba pudriendo.
Evolucionamos:
nos convertimos en cirujanos de raíces. Con sumo cuidado hacíamos un molde de
la raíz dañada y luego la trabajamos en el taller, las nuevas impresoras 3D nos
permitían una reproducción exacta. Para evitar el rechazo en el árbol receptor
buscábamos de la misma especie con
raíces sanas y les hacíamos un pequeño corte del que obteníamos el serrín
necesario para que la impresora trabajara.
Nos
trataron de locos, de insensatos, a pesar de conseguir preservar un buen número
de árboles y de arbustos en esta ciudad. Tantos nos involucramos que muchos
desarrollamos raíces propias, una nueva forma de injerto se había producido de
tanto estar en contacto con ese medio. Algunos de nosotros nos quedamos
plantamos durante meses, con el mismo síndrome del paciente. Se tardaron años
en que nuestra profesión fuese reconocida.